Nació el 4 de noviembre de 1909 en el distrito de
Sartimbamba de la provincia de Huamachuco (La Libertad). Sus padres, José
Alegría Lynch y Herminia Batán Lynch, eran primos hermanos. Ellos se encargaron
de prodigarle una educación humanista y liberal, a pesar de que gran parte de
su niñez transcurrió en los ambientes de la hacienda Marcaba! Grande, propiedad
de su abuelo. Herminia alentó sus precoces creaciones. El pequeño Ciro cursó
sus estudios primarios en el colegio San Juan de Trujillo. Allí pudo conocer a
nuestro inmortal poeta, César Vallejo, quien fue su profesor de primaria. Desde
muy temprano el destino marcó su vida literaria. En su niñez sufrió
enfermedades que motivaron que su padre lo llevará a vivir en Cajabamba. Luego
de una larga y fructífera experiencia en la vida rural, en la hacienda Colpa,
inició sus estudios secundarios nuevamente en el colegio San Juan. Allí siguió
desarrollando su camino creador, componiendo algunos versos y escribiendo
ocasionales relatos. En el año 1926 falleció su madre, aciago acontecimiento que
le causó muy hondo pesar. Quizás empujado por el bello recuerdo de su madre,
Ciro Alegría quiso iniciar muy pronto su carrera literaria, cuando a la sazón
frisaba los diecisiete años. Para tal fin, viaja a Lima con la esperanza de que
le publiquen algunos cuentos y artículos, pero el empeño lamentablemente no
llegó a buen término. Era difícil bailar trabajo de escritor en la metrópoli y,
por ello, hasta tuvo que pernoctar en el Zoológico. Sin embargo, a su regreso a
Trujillo, la ilusión de ser escritor no había claudicado. Por ese entonces, el
filósofo Anterior Orrego lo llama para que colabore en el diario El Norte de
Trujillo y de ese modo comienza su oficio de periodista. En 1930 nuestro
escritor ingresa a cursar estudios en la Facultad de Letras de la universidad
de Trujillo y, asimismo, a la redacción del diario La IrvSustfw. No pudo
concluir sus estudios porque fue separado de la universidad, a causa de haberse
comprometido en la noble tarea de lograr la ansiada reforma universitaria. A
partir de entonces. Ciro Alegría realizó una activa vida política como miembro
del Partido Aprisca. Por diversos motivos políticos, estuvo preso primero en
Trujillo, después en Lima y, por último, fue desterrado a Chile. Cuando llegaba
al vecino país se enceró de la infausta noticia del asesinato de José Santos
Chocano, nuestro gran poeta modernista. En el país sureño desarrolló una
intensa actividad de creación literaria. Fue en Chile donde escribió, entre
otras cosas, las tres grandes obras por las que es reconocido como uno de los
novelistas más destacados del Perú, América y el mundo.
2)Obras del autor
-“La Serpiente de
Oro”
-“Los Perros Hambrientos»
-“El Mundo es Ancho y Ajeno»
-“El Dilema de Krause"
-“Selva"
-"Lázaro"
-“Siete Cuentos Quirománticos"
-“La Ofrenda de piedra"
-“La Novela de mis Novelas"
-“Panki y el guerrero"
B.- Datos de la obra
1) Titulo de la obra : “Los Perros Hambrientos”
2) Autor :Ciro Alegría
3) Genero literario :Narrativo
4 )Especie literaria :Novela
5) Personajes
5.1) P. Principales: Simón Robles, Wanka, Mañu, Julian
Celedonío, Don Cipranio, Güeso y Pellejo
5.2) P. Secundarios: Zambo, Damian, Martina, Mateo, Shapra,
Trueno
6) Espacio: Huaira
7) Resumen de la obra
I. Perros tras el ganado
El relato empieza mencionando los ladridos de los perros
pastores que conducían una manada de ovejas. La pastora es Antuca, una
chiquilla de doce años. Es una “chinita”, como les dicen a las muchachas
indígenas del norte del Perú. El rebaño lo conforman cien pares de ovejas sin
contar los corderos. Los perros que la ayudan en la labor responden a los
nombres de Zambo, Wanka, Güeso y Pellejo. Antuca se encuentra a veces con
Pancho, otro pastorcito, que con su antara toca un yaraví muy triste,
denominado el manchaipuito. Este yaraví cuenta la desgracia de un sacerdote que
se enamora de una doncella del pueblo, la cual muere, por lo que el cura
enloquece junto al cadáver de su amada, mientras tocaba día y noche con una flauta,
hecha de uno de los huesos de aquella. La Antuca se siente feliz con la
compañía del Pancho, mientras que él se solaza contemplándola; así son los
idilios en la sierra del Perú. Ya de noche Antuca regresa a su casa con el
rebaño
II. Historia de perros
Wanka y Zambo provenían de Gansul, de la afamada cría de don
Roberto Poma. Los perros son criados, antes de que abran los ojos, en el
rebaño, amamantados por las ovejas; de esa manera se acostumbran tempranamente
con el ganado. A Zambo le pusieron ese nombre por ser de color prieto; en
cambio, nadie pregunta al Simón Robles por qué puso el nombre de Wanka a la
perra. La perra se convirtió en madre de muchas camadas, cuyos miembros fueron
repartidos entre los habitantes del pueblo y de otros lugares. Simón les
ofrecía ya sea como perros ovejeros o como guardianes de casa. Muchos de ellos
ganaron fama. Güendiente, el perro del repuntero Manuel Ríos, manejaba
excepcionalmente a las vacas. Máuser, el perro de Gilberto Morán, muere en una
explosión de dinamita , durante una obra de construcción de carretera; Tinto,
el perro guardián de la casa de Simón Robles, es muerto por el feroz Raffles,
enorme perro de don Cipriano Ramírez, el hacendado de Páucar, siendo
reemplazado por el ya mencionado Shapra como guardián del hogar. Quien de
alguna manera venga a Chutin , otro hijo de Wanka y Zambo, el cual fue regalado
al niño Obdulio, hijo del hacendado Cipriano, quien se rindió ante la
insistencia del niño de tener un perrito de compañía. Chutín se ganó la
preferencia de todos en la casa hacienda, en desmedro del feroz Raffles. Cuando
el rebaño de Simón Robles aumenta y se necesita más ayuda en el pastoreo, los
Robles deciden quedarse con dos perros de la siguiente parición de Wanka. A
ellos les colocan los nombres de Güeso y Pellejo debido a una historia que
Simón narra sobre una viejita que para no ser asaltada disimuladamente se
quejaba: “estoy hecha puro Hueso y Pellejo”, llamando de este modo a sus perros
que tenían esos nombres. Los perros al oír el llamado de su ama ingresan al
cuarto de la vieja y se lanzan contra el ladrón, “haciéndole leña”. Cuando el
Timoteo objeta la historia haciendo notar que cómo podía ser que unos perros
guardianes dejaran entrar a un ladrón en casa y encima necesitaban que su ama
los llamara, el Simón Robles se limita a sentenciar: “cuento es cuento”. Y el
narrador pone como ejemplo la historia de un curita de Pataz quien luego de narrar con mucha emoción y
patetismo la pasión y muerte de Nuestro Señor, vio atónito como todos los
feligreses lloraban a moco tendido. El cura tuvo que finalizar diciendo que
como era una historia ocurrida hace mucho tiempo, bien podía ser solo cuento.
III. Peripecia de Mañu
Mateo Tampu era un joven y robusto campesino, muy laborioso,
casado con Martina Robles . Tenía su propia choza y su chacra, y como
necesitaba un perro pastor para su rebaño de ovejas que cada día crecía más,
solicita a su suegro que le obsequiará un cachorrillo. Simón le da permiso para
que coja uno de los perritos de la última camada de Wanka. Mateo escoge al azar
uno y lo mete a su alforja, acomodándolo para que quedara con la cabeza afuera.
Se despide de su suegro y retorna a su casa. Damián, su pequeño hijo, en su
media lengua llama Mañu al perrito y con ese nombre se quedó. Todo prosperaba
en la familia y la Martina dio luz a otro niño. Pero un día, mientras Mateo
trabajaba en su chacra, aparecen dos gendarmes o policías, quienes le piden su
libreta de conscripción militar. Como no la tenía se lo llevan violentamente, a
pesar de las súplicas de Martina, quien es abofeteada por uno de los gendarmes.
La pobre esposa queda sumida en la más profunda tristeza; sin embargo, guarda
la esperanza de que su esposo retornara, aunque sin tener una idea cabal de qué
se trataba eso de “servir en el ejército”. Ante la ausencia del esposo cobra
importancia el Mañu, como guardián no solo del rebaño sino del pequeño Damián,
a quien sigue a todos lados.
IV. El puma de sombra
Los perros ladran de noche porque sienten la presencia de un
enemigo. Los hombres se alertan, sueltan a los perros y salen a merodear. Luego
esperan el retorno de los perros. Simón aprovecha para contarles una historia:
el puma de sombra. Les relata que estando solo en el Paraíso, Adán le pide a
Dios que no exista la noche y que fuera siempre de día. El Señor le pregunta la
razón de ese pedido y Adán le responde que por miedo a la oscuridad. Entonces
Dios le hace ver una visión: un puma enorme se acerca bramando y corriendo,
ante el terror de Adán, pero cuando ya lo tenía cerca, éste ve que se le pasa
por encima: era solo una sombra. Dios le explica entonces que así es la noche,
pura sombra. Luego Adán le pide a Dios compañía, ya que todos los animales la
tenían menos él, y viendo que tenía razón, Dios se lo concede, creando así a la
mujer. Y termina Simón señalando que la mujer surgió por el miedo del hombre a
la noche. Los perros regresan fatigados y todo indica que solo se trata de un
puma de sombra, como el de la historia de Simón.
V. Güeso cambia de dueño
Un día Vicenta pide permiso para acompañar a su hermana
Antuca en el pastoreo, pues quería ir al campo a buscar ratanya. Su padre
aprovecha para encargarle que trajera pacra . Cumplido su cometido, Vicenta se
despide de su hermana. De pronto aparecen dos jinetes con aire amenazante.
Vicenta se esconde detrás de una roca y los reconoce: son los cholos Julián y
Blas Celedón, hermanos bandoleros, muy temidos en la región. Recuerda que años
atrás ella había bailado con el Julián en una fiesta pero su padre se había
opuesto a que la cortejara pues el cholo ya tenía muy mala fama. Julián atrapa
a Güeso con un lazo, pues quería un perro de la muy afamada cría de los Robles
para entrenarlo como conductor de ganado robado. Wanka y los otros perros se
acercan ladrando a los intrusos y a su encuentro les sale Güenamigo, el perro
de los bandoleros, pero Julián lo contiene para evitar una pelea desigual.
Wanka espera solo la orden de su ama para lanzarse contra los forajidos, pero
el Blas apunta su carabina amenazando con disparar, por lo que Antuca se
apresura a alejar a sus perros y calmarlos. Cuando se entera por boca de ellos
mismos de que se trataban de los famosos “Celedonios” queda helada de
conmoción. Suplica llorando por su perro, pero los bandoleros la amenazan y se
llevan a Güeso arrastrándolo por el camino. No bien se alejan, la Vicenta sale
de su escondite y se va a consolar a su hermana, quien no cesaba de llorar.
VI. El perro bandolero
Los bandoleros se llevan pues a Güeso, pero este, muy terco,
no quiere avanzar. Lo flagelan; finalmente, el Blas lo marca con hierro
candente. Muy adolorido, no le queda al perro sino seguir a los bandoleros para
no recibir mayores maltratos. Luego de un largo recorrido llegan a una cabaña,
donde los reciben una pareja de esposos llamados Martín y Pascuala. Los
bandoleros se alimentan y se disponen a dormir, dejando a Güeso atado a una
viga con una soga. El perro intenta escapar, royendo la soga. Ya estaba a punto
de romper la última hebra cuando es descubierto por Julián. Lo ata entonces con
una soga de cerda. Gueso se siente entonces perdido, sin esperanza ya de huir.
Muy de mañana parten los Celedonios y llegan a Cañar, un valle profundo lleno
de monte tupido, escondite ideal de ladrones, a cuyo lado corre el rió Marañon
. Después de cierto tiempo, Güeso se acostumbra con sus nuevos dueños y termina
por encariñarse con Julián, quien lo suelta y lo junta con el Güenamigo para
que aprendiera a ser perro abigeo o conductor de reses robadas. Güeso conoce
entonces a los amigos de los Celedonios: el Santos Vaca, el Venancio Campos,
bandoleros todos. Un día Güeso ve de lejos a Antuca y a su rebaño; parece
recordarlos pero luego de un rato regresa corriendo donde Julián, decidiendo
así su destino, el ser un “perro de bandolero”. El amor de Julián es Elisa, bella
chinita del pueblo de Sarún, a quien embaraza. Su peor enemigo es Chumpi,
apodado el Culebrón, un alférez de gendarmes, el cual le sigue tenazmente los
pasos pero siempre era burlado. El Güeso y el Güenamigo se convierten en
aliados valiosísimos de los Celedonios ya que con sus ladridos avisan cuando
los gendarmes se hallan cerca.
VII. El consejo del rey Salomon
En aquel año no hubo buenas cosechas. Las lluvias escasearon
y las meses de la mayoría de las chacras no alcanzaron su plenitud. La comida empezó
a escasear. Los Robles se enteran que las chacras de la Martina se han perdido
y que para colmo, recibe la visita de su cuñada, la cual tenía problemas con su
marido y no quería volver donde él. Aprovechando este percance, don Simón
cuenta la historia de un hombre que no era feliz debido a que su esposa siempre
le causaba problemas y lo comparaba con su anterior marido, el “difuntito”,
diciendo que éste había sido más bueno. El hombre, desesperado, visita al rey
Salomón, el cual le aconseja sabiamente que vaya a ver lo que hacía un arriero
con su burro, en un cruce de caminos, y que haga lo mismo. El hombre observa
que el arriero, cada vez que su burro quería ir en la dirección contraria a la
que él quería, le sonaba las orejas con un palo; el animal le obedecía
entonces. Entonces el hombre va a su casa, y cuando su esposa le sale a su
encuentro amenazando con irse, coge un palo y le da duro, tal como vio hacer al
arriero con su burro. La mujer le suplica entonces que no la pegue más, y desde
ese día no volvió a molestar al marido.
VIII. Una chacra de maíz
La hacienda de Páucar, propiedad de don Cipriano, contaba
con unarepresa que almacenaba el agua de una quebrada. De modo que en torno a
ella verdecían los alfalfares y germinaban los maizales, lo que contrastaba con
la desolación del contorno. A una de esas chacras de maíz ingresan los perros
Manolia y Rayo, seguidos por Shapra y Wanka. Se alimentan de la pulpa jugosa de
los choclos aún tiernos. Guiados por su fino olfato, Zambo y Pellejo los imitan.
Pero el hacendado decide frenar los estragos. Una noche, don Rómulo Méndez, el
empleado de la hacienda, coloca una trampa, donde al día siguiente muere Rayo,
aplastado por una piedra enorme. Los demás perros huyen pero Shapra y Manolia
sucumben bajo las balas de los guardianes. Los sobrevivientes no volvieron más
a la chacra de maíz.
IX. Las papayas
Don Fernán Frías, el subprefecto de la provincia, encomienda
una misión al alférez Chumpi, conocido como el Culebrón: capturar a los
Celedonios, vivos o muertos. Chumpi recibe la colaboración de los hacendados y
ordena arrear unas vacas a Cañar, refugio de los Celedonios, como señuelo para
atrapar a los bandidos. A Cañar llega el cholo Crisanto Julca, para avisar a
los Celedonios que había divisado una vacada de la que podían echar mano
fácilmente. Sin sospechar la trampa se duermen esa noche. De madrugada los
despiertan los ladridos de los perros. Se dan cuenta entonces que los gendarmes
estaban muy cerca. Tratan de huir por una quebrada, pero notan que han sido
rodeados. En la balacera mueren el Crisanto y el Güenamigo. Los hermanos
Celedonios se ocultan en una cueva, junto con el fiel Güeso. Allí resisten
varios días, sin comida ni agua. Un gendarme, cansado de esperar, se acerca a
la cueva dispuesto a acabar con los Celedonios, pero estos lo matan a balazos.
Una esperanza renace en los Celedonios cuando ven asomar de lejos a su amigo,
el Venancio Campos, junto con un segundo suyo. Pero el Venancio no se atreve a
enfrentar a los gendarmes, superiores en número. Pasan los días y a los mismos
gendarmes se les agotan las provisiones. Ya no hay ni frutas qué coger de los
árboles a excepción de unas cuantas papayas que recién pintaban de maduras.
Simulan entonces retirarse, pero antes, el Culebrón envenena las frutas que
quedaban, utilizando una jeringuilla que para el efecto había comprado en el
pueblo. Los hermanos bajan entonces de su escondite confiados, y sacian la sed
con el agua de un arroyo. Pero no encuentran nada para comer, y solo divisan
las papayas, las que se apresuran a derribar y devorar ávidamente. Blas siente
primero los estragos del veneno, luego Julián. Caen ambos al suelo,
retorciéndose de dolor, y entonces llega el Culebrón y los remata a tiros.
Güeso trata de defender a su amo, y es también baleado, cayendo muerto al lado
de Julián.
X. La nueva siembra
Luego de un año malo para las cosechas, las nuevas lluvias
parecen anunciar una naciente época de fecundidad del suelo. Don Cipriano
Ramírez, junto con sus empleados y peones, ara y siembra los campos, ayudado
por las yuntas de bueyes. Los granos de trigo y cebada son depositados en los
surcos. Junto con su mayordomo don Rómulo Méndez, don Cipriano es el último en
abandonar las labores. Regresan ambos a la casa-hacienda donde les espera la
comida lista. Esa noche llueve. Por lo que auguran que la siembra promete una
buena cosecha.
XI. Un pequeño lugar en el mundo
Pero las lluvias solo duraron una semana. Luego la sequía
continuó. El indio Mashe y cincuenta indígenas, quienes habían sido expulsados
de Huaira por el terrateniente don Juvencio Rosas, llegan hasta la hacienda de
Páucar y ruegan a don Cipriano Ramírez para que los reciba. El hacendado los
acoge porque iba a necesitar trabajadores para las futuras siembras. Les da
permiso para que se asienten en sus tierras, así como cebada y trigo para que
coman, mientras durara la sequía. Mashe, quien tiene una esposa y dos hijas
solteras, es recibido temporalmente por la familia Robles, mientras busca un
pequeño lugar en el mundo donde vivir. El Timoteo observa detenidamente a una
de las hijas de Mashe, la Jacinta. Pero la época es tan mala, al punto que no
se puede estar pensando en buscar pareja
XII. Virgen santísima socórrenos
Gente muy devota de los santos, cada uno de estos tiene la
virtud de conceder favores específicos, que los creyentes invocan con rezos y
demás ceremonias. La favorecedora de las lluvias es la Virgen del Carmen del
pueblo de Saucopampa. La gente decide sacarla en procesión. Los Robles se unen
al cortejo. Simón recordaba una anécdota del pueblo de Pallar, cuando la imagen
de la Virgen que cargaban los fieles cayó sobre las rocas destrozándose
completamente; la gente, mientras tanto, seguía cantando el tradicional
himno:“Eso se merece nuestra Señora, eso y mucho más, nuestra Señora”. Pero
Simón, incansable narrador, esta vez ni siquiera intenta traer a colación su
historia pues el ánimo de la gente se hallaba por los suelos. Su mujer y sus
hijos iban tras él, en silencio. Timoteo deseaba más que nadie que se acabara
la sequía para poder sembrar y a la vez tomar como su mujer a la Jacinta.
XIII. Voces y gestos
de sequía
Pasaron varios días desde la procesión y seguía sin llover.
Las sementeras ya habían muerto pero los campesinos seguían anhelando la
lluvia. Esta llega al fin pero solo dura algunos días. La sequía continúa. Un
cielo azul alumbrado por un sol ardiente cubre el horizonte. Wanka pare pero
sus cachorros son arrojados a una poza. Era la única manera de librarles de una
muerte más penosa por el hambre. Simón guarda las semillas de trigo, arveja y
maíz para el año entrante. Hombres y animales en medio de la tristeza gris de
los campos, vagan languidecientes y descarnados.
XIV. Velay el hambre, animalitos
El ganado no tenía qué comer y es dejado suelto en los
campos. Pero apenas encuentran alimento con qué calmar el hambre: solo paja
seca, chamiza e ichu reseco. Uno tras otro los animales son sacrificados y
comidos por los campesinos. Los perros llevan la peor parte. Muy flacos,
deambulan por el pueblo en busca de sustento que casi nunca encuentran. Una vez
la Juana regresa indignada a su bohío luego de visitar la capilla de San
Lorenzo, en Páucar: habían robado el manojo de espigas que cada año se
ofrendaba al santo. Para ella era un sacrilegio nefando. La Antuca seguía
saliendo a pastear a las ovejas junto con sus perros, pero ya no era como
antes. Ella misma había enflaquecido y para colmo, ya no se encontraba con el
Pancho. Viendo el paisaje tan desolador y sus animales raquíticos, les dice
tristemente: “Velay el hambre, animalitos”.
XV. Una expulsión y otras penalidades
En una ocasión la Antuca se percata que sus tres perros
(Wanka, Zambo y Pellejo) están devorando a una oveja. Grita a los perros
tratando de alejarlos, pero estos le ladran agresivamente. Antuca, llorando,
regresa a su casa contando lo sucedido. Los perros vuelven al hogar de los
Robles pero son expulsados a garrotazos y hondazos. Por su parte el indio Mashe
levanta su choza cerca a un alisar, en la parcela que le había sido otorgado
por don Cipriano. Pero no tenía cómo dar el sustento a su familia. Su hija, la
Jacinta, sale entonces a buscar algo. Regresa con los restos de la oveja que
los perros habían devorado. Mashe y toda la familia se alegran y preparan la
comida con las piltrafas, que para ellos es un festín.
XVI. Esperando siempre, esperando
Martina decide ir a Sarún, donde vivían sus suegros, pues su
cuñada le había contado que allí si abundaba comida. Lleva a su menor hijo,
todavía bebé, pero deja en la casa a su hijo mayor, Damián, niño de 9 años,
acompañado sólo por el perro Mañu, y con una modesta ración de trigo. Le
encarga que en caso de que ella demorara y se acabara la comida, llamara a la
vecina, doña Candelaria, para que le ayudara a matar la única oveja que
quedaba. Y si tardaba más, que fuera donde su abuelo, el Simón Robles, que
vivía en un trecho no tan lejano.
Damián y el Mañu pasan los días cuidando a la oveja y
comiendo trigo tostado. Cuando se les acaba la comida, Damián llama a gritos a
doña Candelaria, la cual no responde. Una noche se roban a la oveja. Damián se
encamina entonces a la casa de don Simón. Pero desfalleciente, cae en el
camino. Un cóndor planea encima, tratando de acercarse al cuerpo. Mañu, su fiel
compañero, lo defiende heroicamente, pero Damián muere de hambre y sed. Don
Rómulo, quien pasa por allí, recoge el cadáver del niño y lo lleva a la casa de
don Simón Robles, quien de inmediato lo entierra en el cementerio. Al día
siguiente Simón va a la casa de la Martina y la encuentra vacía y desolada. Se
da cuenta entonces que su hija se había ido definitivamente.
XVII. El Mashe, la Jacinta y el Mañu
El indio Mashe lleva una gruesa culebra a su casa, le corta
la cabeza y la cola, lo asa y se lo come compartiéndolo con su familia. Pero
rara vez tenía la suerte de encontrar algo qué comer. Hasta que un día cayó
enfermo y ya no se pudo levantar. El perro Mañu se suma a la labor de pastoreo
del rebaño de ovejas cuidado por la Antuca y el Timoteo. Pero no recibe ninguna
ración de comida, por lo que abandona la casa de los Robles y se reúne con los
perros expulsados. Mashe agoniza en su lecho, y antes de morir, le confiesa a
Clotilde, su mujer, que él fue quien robó el manojo de espigas de la capilla de
San Lorenzo de Páucar. Jacinta es llevada por Timoteo a su casa, donde Simón la
recibe. Esto era señal que el viejo aceptaba a la chica como pareja de su hijo.
XVIII. Los perros hambrientos
Las jaurías de perros hambrientos deambulan por todo lado.
Un día Antuca va a recoger agua y encuentra al perro Mañu tirado sobre las
piedras, con la lengua afuera y agonizante. Siente mucha pena por el animal y
se queda acariciándole durante un largo rato, hasta que la voz de su madre lo
vuelve a las tareas cotidianas. Los perros llegan a invadir la casa hacienda de
don Cipriano. Raffles y los demás perros enormes de la hacienda son encerrados
para evitar que se pelearan con los callejeros, muy numerosos. Zambo husmea en
busca de comida pero las personas ya no botan ni las cáscaras de los alimentos.
Pellejo recuerda que tiempo atrás una vez una señora muy buena, doña Chabela,
le había dado una semita, y confiadamente se le acerca, pero esta vez aquella
la expulsa cruelmente, hiriéndole con un tizón ardiente. Los perros hambrientos
invaden el comedor de don Cipriano, asustando a su familia. Son expulsados a
patadas y garrotazos. Pero esta vez don Cipriano decide terminar con el
problema. Ordena colocar pedazos de carne envenenada alrededor de la casa.
Muchos perros comen el fatal bocado, entre ellos Zambo, cuyo cuerpo es devorado
por Pellejo, el cual muere igualmente víctima del tósigo. Con la extinción de
los perros, loszorros y pumas aprovechan para atacar al ganado, por lo que los
campesinos hacen guardia de noche. Algunos incluso imitan el ladrido de los
perros. Rendidos por tantas penurias, indios y cholos se reúnen frente a la
casa hacienda de don Cipriano, rogándole que les diera comida, mientras
esperaban la lluvia para iniciar las labores. Pero don Cipriano se niega,
aduciendo que ya no tenía más grano para repartir. El Simón Robles le replica
entonces, diciéndole que ellos sabían que alimentaba a su ganado con cebada,
como si un animal valiera más que un cristiano. Don Cipriano y su mayordomo se
retiran amenazantes y la masa de hombres intenta forzar la puerta de la casa.
Se escuchan disparos. Tres indios caen muertos. Los demás huyen. Los tiradores
son los empleados del hacendado; incluso al pequeño Obdulio, el hijo de don
Cipriano, porta un arma que su padre le ha enseñado a usar. La sequía se
prolonga por algunos meses más.
XIX. Lluvia guena
Llega Noviembre. El cielo se cubre de nubes densas. Y las
primeras gotas de lluvia levantan polvo. Es, indudablemente, el fin de la
sequía. El júbilo estalla entre los hombres y animales. Una tarde Simón Robles
miraba desde el corredor y una sombra le hizo volver hacia otro lado. Era la
perra Wanka, escuálida, quien retornaba para ocupar su puesto de guarda de
ovejas, de las que solo quedaban dos pares. Simón la llama y la perra se acerca
a restregarse cariñosamente a su amo. Conmovido, Simón la acaricia y le habla
con ternura, llorando de emoción. “Y para Wanka las lágrimas y la voz y las
palmadas del Simón eran también buenas como la lluvia”.
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